POR: GRICELDYS ARIAS MELLADO
Venezuela
Mi abuela, poseía un don natural, que cualquier ingeniero o arquitecto le envidiaría, era capaz de hacer hasta una casa.
En el patio de su casa, hizo con sus propias manos un palomar. El techo estaba hecho de unas hojas de zinc, en las paredes del fondo y en las laterales había una ventana; y de entrada la puerta principal. Mi abuela cabía perfectamente dentro del palomar, lo barría todos los días y lo mantenía limpio como si fuera un palacio. Entrando en el palomar, había un pasillito y en sus lados derecho e izquierdo había una hilera de dos peldaños con cajones donde estaban los nidos. Ella recogía cada tarde las palomas, cerraba las ventanas y la puerta, por si a algún gato se le ocurriera hacer de las suyas. En la mañana las volvía abrir, salían bandadas de palomas, grises, negras y jabadas
. Al verla me parecía, que disfrutaba cuando les lanzaba maíz picado y les llenaba de agua una ponchera vieja, para que las palomas se dieran el suculento banquete.
Las palomas a veces tenían crías de hasta diez pichones, los cuales eran muy buscados en esos tiempos por los vecinos, ya que era el ingrediente principal para un buen consomé. Ese elixir curaba la fiebre de gripe, diarrea, desnutrición, el ratón después de una borrachera y hasta revivía un muerto -así decía mi abuela-. Era el perfecto remedio casero, casi milagroso.
Me parece escuchar todavía, “-Señora Isidra véndame un pichón de paloma, para hacer un consomé que me estoy muriendo”.
Una tarde mi abuela entro al palomar y quedó sorprendida al ver aquella paloma blanca, que no era de su palomar. La paloma estaba dentro de uno de los nidos, acurrucada, asustada, temerosa sin saber si seria aceptada por las demás. Mi abuela la agarrò y la examinó. Era tan blanca que parecía de mentira. Era realmente hermosa, muy distinta a las demás. “Blanquita” -ese fue el nombre que le pusimos,-tenía un torniquete de metal en una de sus patas, y pisado dentro de él un papel doblado, que le fue imposible de zafar. Agarró una piqueta y como pudo partió el aro de metal y comenzó a desdoblar el papel. Era una tira larga como de un metro aproximadamente y de ancho como tres centímetros. Estaba escrito de letras, números y símbolos, como especie de nomenclaturas o formulas, difícil de descifrar. Toda la familia, iba a ver a Blanquita, la mirábamos sorprendidos, llenos de curiosidad, estábamos delante de una legítima paloma mensajera. Blanquita, había perdido su rumbo y se quedó para siempre en el palomar.
FUENTE DE LA ILUSTRACIÓN:http://laventanaindiscretadejulia1.blogspot.com/2010/09/las-palomas-mensajeras-son-mas-rapidas.html
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