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domingo, 17 de octubre de 2010

SARRIA EN EL CORAZÓN (2) "EL TIGRITO"


POR: GILBERTO PARRA ZAPATA


(Del libro "SARRÍA EN EL CORAZÓN" ganador del premio "HISTORIAS DE BARRIO ADENTRO" año 2009)

Era un negrito menudito, fibroso, un hombre de edad indefinida
que en los años 50 cualquier habitante del barrio
podría calcular igualmente en 50, 60 ó 70 años, aunque su
hirsuta cabellera ya pintaba canas de vejez inequívoca. Nunca
supe su nombre de pila, aunque sí su apellido, Escalona,
denotando de esa manera su origen barloventeño. En su
abundante verborrea, estuviera circunstancialmente sobrio o
ajumado, hacía alardes de su presunta o real actitud pendenciera,
pues refería con harta frecuencia de las veces que se
fajaba a puños, según él, con cualquier rival que lo desafiara.
De allí –es de suponer– que se originó su apodo “el Tigrito”.
Lo que sí me consta es su agilidad felina de tantas veces que
lo vi huir de la policía cuando esta lo descubría a él y a sus
compinches ocupados en el juego de barajas, dominó o del
muy criollo juego de chapa, actividades que la celosa policía
de entonces consideraba un delito o, en todo caso, pecado
de vagancia (no olvidemos que por esos años se promulgó
la nunca muy bien entendida Ley de Vagos y Maleantes del
régimen de Medina Angarita).
Hablaba de su proverbial agilidad felina porque, al parecer,
era el dueño de la mesita donde los jugadores efectuaban
sus frecuentes juegos de dominó, y a él le tocaba montársela
en su cabeza para huir despavorido delante de los agentes
policiales entre las breñas de los extensos terrenos enmontados
y quebradas que circundaban el barrio. Siempre alardeaba
–lo cual parece cierto– que nunca los gendarmes pudieron
atraparlo. Dicho sea de paso, para ese entonces existía
una actividad remunerada que los zagaletones ya creciditos
se disputaban, pues era compensada con algunas monedas
que los jugadores costeaban, y era la de fungir de pitador, es
decir, alertar a los jugadores, mediante un sonoro y agudo
chiflido, sobre la presencia cercana de la policía. A su vez,
“el Tigrito” era muy diligente en eso de regar picos de botellas
y vidrios cortantes para obstaculizar el paso de los autos
patrulleros. En general, gozaba del aprecio de los vecinos del
barrio, aunque su presunto oficio de albañil como que no
lo ejercía con demasiada frecuencia, aunque a veces se le
viera con un saco de cemento sobre su cabeza o preparando
la mezcla de cemento y arena. A estas alturas pienso que
“el Tigrito” se ganaba la vida menos en su calidad de “toero”
que en cualquier otro oficio pero, al parecer, era un afortunado
jugador de envite o azar, pues de otra manera nadie se
explica cómo logró levantar una numerosa familia.
Un infausto día, a mediados de la década de los 60, su
compañera de toda la vida presuntamente sufrió un colapso
y cayó al fondo de la maloliente quebrada que quedaba al
fondo de su casa, pereciendo ahogada. Allí comenzó el fin
de “el Tigrito”, pues a partir de entonces deambulaba como
una sombra con una carterita de aguardiente en la mano por
las calles del barrio, sin su acostumbrada agilidad, hasta el
fin de su vida, de la que desconozco sus circunstancias.

FUENTE DE LA FOTO: http://muevete.wordpress.com/2007/11/03/venezuela-youths-transformed-by-music/

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