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sábado, 9 de octubre de 2010

¡Han cantado bingo!



Por: Andrés Eloy Ravelo Villarroel

anelra52@gmail.com

Maturín, Edo. Monagas, Venezuela

Por fin me animé a entrar a un bingo en Maturín. Era un viernes al caer la noche y previamente en la mañana, había escuchado mi horóscopo en la televisión, el cual me anunciaba que hoy sería mi día de suerte.

Andaba corto de dinero y por ello me senté en una mesa redonda a probar mi suerte astral. Al comprar uno de los cartones y tras anotar un par de veces, aprecié con estupor que cantaban números muy cercanos a los pintados en mi cartón. Los míos parecían pasar desaparecidos.

“¡Línea...!”, gritó de pronto una señora entre un grupo de damas que sobresalían por dicharacheras. Eso de línea consistía en recibir un dinero extra por haber tenido la suerte de pegar cinco números en una misma hilera.

Seguí poniendo atención al juego y hubo un momento cuando pareció que cantaban varios números contenidos en mi cartón.

“¡Han cantado bingo!”, dijo de pronto una de las chicas del negocio, confiriéndole el premio a un señor que, según supe más tarde, suele ir casi todos los días a ese lugar.

Pasaron seis sesiones de juego sin tener suerte. Pero tenía fe. “Estarás muy intuitivo”, anunciaba el horóscopo. Intenté probar suerte en otra mesa junto a una pareja de ancianos que jugaban muy animados. “Aquí la paciencia ayuda también a tener suerte, mijo”, me dijeron ante un comentario de desaliento que formulé.

Eché un vistazo en derredor y me di cuenta que la sala de juego era inmensa. Veía a jóvenes que iban y venían vendiendo los cartones de juego, otros tantos servían comidas y bebidas. Algunos vestidos de negro fungían como personal de seguridad.

“Pensamientos positivos”, otra de las expresiones formuladas en mi signo zodiacal. De pronto el centro de la palma de mi mano derecha me picaba y por ello me consideré a punto de pegar un bingo.

La tensión aumentó. Me armé de valor y gasté los mil 200 bolívares que me quedaban en una serie completa. Sentí que la suerte me coqueteaba. Los números de mis cartones eran cantados una y otra vez. Un rictus alegre afloró en mi rostro. ¡Parecía increíble! En uno de mis cartones sólo faltaba el número nueve. ¡Uf..!, el corazón quería salir de mi pecho. Daba por seguro los 96 mil bolívares anunciados como premio. Y de pronto: “¡Han cantado bingo!”. El alarido de alegría de una bella joven en una mesa contigua rompió el silencio de ansiedad de todos allí y me sumergió en el más completo desencanto. En ese instante sentí rabia por haber creído en el horóscopo.

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