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jueves, 9 de diciembre de 2010

REFLEXIÓN PARA LA CONTINGENCIA



Por: Tomasa Lira Marchán
Profesora de Educación Ambiental UPEL-IPC
Miembro Fundador de la Red Ambiental Ávila
Caracas 01-12-10

De nuevo la naturaleza insiste en dictar cátedra con una lección de vida haciendo un llamado a la unión y a la solidaridad. En 1999 se vivió una situación de dolor para los venezolanos, como fue la tragedia del Estado Vargas.
Muchos ciudadanos se vincularon con sus semejantes para extender una mano amiga y las vivencias de aquellos momentos nos hacen evocar recuerdos como el de un grupo de amigos que nos unimos en torno a la causa de atender a los afectados en el litoral central instalando un centro de acopio y distribución de materiales, en contacto con las autoridades.
Organizados con nuestros propios recursos, creamos un logo para identificar a los integrantes del grupo y los respectivos vehículos particulares. Establecimos guardias para recibir los insumos provenientes de amigos y vecinos, elaboramos material para registro e hicimos seguimiento a los reportes de víctimas, procurando establecer contacto entre los afectados y sus familiares, recorriendo diversos lugares que requerían atención.
Así transcurrió nuestra segunda quincena de diciembre, en enero hicimos seguimiento de las personas contactadas que requerían nuestro apoyo para el reinicio del año escolar en los planteles cuya infraestructura servía de albergue a numerosas familias.
Llegó febrero, docentes y estudiantes reubicados, debido al desplazamiento obligado, se incorporaban a sus quehaceres y comenzaban a rehabilitar sus vidas, algunos con grandes vacíos insustituibles por la pérdida de familiares y amigos. Han pasado once años y el único reconocimiento ha sido el de quienes aún nos bendicen y mantienen sus mejores deseos desde donde se encuentran.
Me permitiré hoy, en pocas líneas, uno de aquellos días de diciembre del 99, con el único fin de hacer un llamado a la reflexión. En las mañanas, se clasificaba: los alimentos perecederos y no perecederos; agua embotellada comercialmente o proveniente de donaciones de botellones, porque el clamor generalizado era el suministro de agua potable; prendas de vestir y calzado según las tallas.
Respecto a este último aspecto quiero llamar la atención porque si bien es cierto que hubo donación de prendas en muy buen estado, no es menos cierto que llegaban prendas que nos consumían parte del valioso tiempo: deplorables, sin botones ni cierres, raidos e inservibles, zapatos sin trenzas, sin hebillas, con las suelas rotas o en el peor de los casos tacones altísimos e inapropiados para los momentos en que se requiere caminar entre escombros y lodo.
Eran prendas que parecían estar dispuestas para ser parte de los característicos desechos que aumentan las cifras de desperdicio en cada año que agoniza. Si se va a donar algo reusable en una situación de emergencia, que sea de utilidad inmediata para el bienestar de quien lo recibe.


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