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domingo, 16 de mayo de 2010

UN DÍA DE PESCA

Era el mes de Mayo -hace tiempo, otro Mayo- y con la entrada de las lluvias todo adquiría diferente rostro, otro color. Los polvorientos caminos -polvo amarillo, polvo suelto que la más leve brisa alzaba en pequeños remolinos casi mágicos-eran ahora barro pegajoso oe insistente que se adhería a la zuela del zapato o se deslizaba -fastidioso- entre los dedos descalzos primero viscoso para -casi enseguida-endurecerse en una costra áspera.
Los pajonales antes amarillentos y ocre ahora reverdecían. El olor atierra mojada era constante y en lugar de las polvorientas hondonadas reaparecían gráciles las pequeñas lagunas amarillentas pero llenas de vida representada en un sinnúmero de saltarines pececillos.
Las huevas habían esperado por largos meses la entrada de las aguas para hacer eclosión.
Nos fuimón al "Tapón" de la Represa. ¡DÍA DE PESCA!
Ni caña de pescar, ni atarrayas (Estas últimas estaban prohibidas). El sistema era simple: sacos de arpillera para comenzar. Los arrastrábamos por el fondo cenagoso para sacarlos llenos de minúsculos camarones de río que luego se convertirían en l carnaza ideal para pescar los deliciosos caribes. (En los libros los llamaban "pirañas", pero eran los mismos libros que llamaban "carnada" a la carnaza y que pretendían que donde había "pirañas" NO SE PODÍA NADAR.
¡No hubiera nadado nunca! Sabía muy bien cómo hacer para nadar sin riesgo donde había peces caribes: simplemente no tener herida o rasguño alguno...y listo.
¿Que existía el riesgo de rasguñarse con una piedra del fondo o tropezar, caer y hacerse una herida?
Bueno, de ser así, en moenos de cinco minutos sólo quedarían los huesos del cristiano que sería devorado por miles de finos colmillos de todos los caribes que tuvieran la suerte de llegar a tiempo al festín.
Pero...¿A quién se le ocurriría tropezarse o rasguñarse...sabiendo que había caribes?
Al regreso del Tapón, después de todo un día dedicado a la pesca, el juego, el baño, los gritos y las bromas, los peces -blanco casi plata y amarillonaranja casi fuego-engrosaban el bolso en una invitación al "banquete" que ya esperaban en casa. Pasados por harina de trigo y fritos en aceite muy caliente -con su debida "sal al gusto", por supuesto- lo único que les faltaba para ser perfectos era colocarles las infaltables gotitas de limón al momento de comer.
Y es que los comíamos as´: sentados directamente en el piso de tierra del solar -lo que los libros llamaban "patio"-, el plato de peltre sobre las rodillas, la mano derecha libre para el pescado -¿Quién dijo cubiertos?- y la mano izquierda sosteniendo la rodaja del infaltable limón para ir sazonando con su jugo cada bocado.
Las espinas las lanzábamos aun rincón del solar donde los dos gatos de la casa daban buena cuenta de ellas juntamente con algún trozo de piel y algo de carne que siempre les llegaba como "ñapa".
Y así la ferocidad del caribe-piraña se diluía en un definido sabor y la carne blnca, blanda y delicada se convertía en el manjar esperado desde hacía días, desde el momento qen que alguien propuso: -"¡Vamos el domingo a pescar en el Tapón de la Represa!"

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