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Por: GILBERTO PARRA ZAPATA
gparraz2@hotmail.com
(Fragmento de "SARRÍA EN EL CORAZÓN" libro ganador del premio “HISTORIAS DE BARRIO ADENTRO” publicado en el año 2009
por el Ministerio del Poder Popular para
Bien vale la pena situarse en la década de los años 40, cuando
Venezuela se encontraba en la prehistoria educativa, recién
salida del gomecismo, con un porcentaje de analfabetismo superior
al 80%. Para ese momento, las escuelas eran, con honrosas
excepciones, un nostálgico resabio del escolasticismo decimonónico.
Viejas casonas, en el mejor de los casos, constituían
los mejores centros educativos. Los más eran destartalados
galpones, o en su defecto la figura del maestro empírico que
improvisaba en su casa centros de enseñanza de las llamadas
primeras letras y la aritmética elemental de las cuatro reglas, a
un costo de un bolívar (Bs 1,oo) semanal, donde además los niños
tenían que acarrear diariamente sus respectivas sillitas para
poder atender sentados las elementales lecciones.
Al sobrevenir los acontecimientos políticos del 18 de octubre
de 1945, y detrás de ello un renacer de esperanzas en
el país ante la milagrosa desaparición, en apenas 24 horas, de
las instituciones del régimen gomecista, mediante un relampagueante
golpe de Estado, era muy natural que se produjeran
notorios cambios políticos en la sociedad. En ese contexto
histórico, el barrio El Cortijo de Sarría, situado al noreste de
Caracas, al pie del cerro El Ávila, también vivió su propio 18
de octubre. Los vecinos aprovecharon el vacío de poder para
saquear las mansiones de los generalotes gamonales Julio
Sarría, Samuel Mc. Gil y Roberto Ramírez, terratenientes de
uña en el rabo, quienes detentaban el poder político y la propiedad
de las tierras de la para entonces incipiente barriada.
El gobierno que sobrevino de esa circunstancia política
expropió un inmenso lote de terreno situado en todo el centro
del barrio, con una extensión de algo así como 50.000
metros cuadrados, cinco hectáreas, propiedad del general
Samuel Mc. Gil, quien lo mantenía ocioso para engordarlo.
Sobre ese lote de terreno
ese golpe de Estado erigió la primera edificación educativa
de verdad que existió en esa pobretona barriada. Esa magnífica
edificación escolar constituyó, a partir de entonces,
el mayor catalizador social que jamás haya sacudido al barrio
El Cortijo de Sarría. No fue solamente que la estructura
física fuese de primera calidad, que cumpliera con las más
exigentes normas para la función docente, era también que
se estaba produciendo una revolución educativa, pues se
trataba de un cambio conceptual en lo que se refiere a asumir
la educación como hecho social.
Además de la bellísima profusión de concreto, pisos de
armónicos mosaicos, aulas diseñadas especialmente para
impartir educación preescolar y educación primaria, amplísimos
espacios abiertos para la recreación de los educandos,
cubiertos con un césped esmeradamente cuidado y con
árboles de generosa sombra, demás elementos que comulgaban
gratamente con la naturaleza circundante; la escuela
estaba dotada de un auditorio para unos 500 espectadores
en el cual destacaba un juego de cortinas corredizas como
cualquier teatro moderno. También un local para la biblioteca,
otro local para el comedor escolar, un gimnasio con piso
de madera, duchas, vestuarios y demás comodidades; salas
para consultorios médicos y odontológicos al servicio de la
higiene escolar, locales para cantina o cooperativa escolar,
talleres para manualidades y funcionales oficinas administrativas,
todo eso que, a una distancia de más de 50 años,
haría palidecer de envidia a cualquier institución educativa,
pública o privada, del presente siglo XXI...
Afirmamos que se trató de una verdadera revolución
educativa, y con ello no exageramos, no sólo en el orden
material que ya describimos, sino que, tantos años después,
uno entiende que se trataba de un cambio total del paradigma
educativo entonces existente. Hoy día entendemos
que detrás de esos cambios estaban las mentes preclaras del
entonces presidente de
ministro de Educación Luis Beltrán Prieto Figueroa, entre
otros; maestros de profunda vocación renovadora que introdujeron
conceptos revolucionarios como la coeducación y
la enseñanza integral, entendido como un proceso continuo
dentro y fuera del aula, donde, a diferencia del pasado, se
atendía también la salud, la recreación y la cultura. Igualmente,
la educación preescolar, la educación para adultos
y el servicio de orientación para alumnos excepcionales.
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