POR: Yudanis Marcano
yudanis.marcano@gmail.com
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Nací en uno de los estados venezolanos del oriente del país, como muchos de los hijos de padres campesinos que por necesidad y búsqueda de una mejor vida, se desplazaron hacia las grandes ciudades a trabajarles a empresarios constructores, fábricas y casas de familias.
Los primeros años de mi vida los pasé con mis abuelos maternos aunque también tenía cerca a los paternos.
Los recuerdos de esos años están llenos de aromas a frutas, fogones, fiestas, baños en los ríos y del inmenso amor de mis abuelos, principalmente de mi abuela Luisa quien cargaba conmigo para todos lados y quien me protegía y justificaba cualquier tremendura, siempre con una sonrisa picara o un apretón de manos, en señal de que estaba conmigo.
Al cumplir los ochos años y habiendo cursado el primer grado mis padres ya instalados en la ciudad me llevaron con ellos.
Durante mi crecimiento cuando tenía alguna tristeza o problema me acurrucaba en la dulce promesa de mi abuela de que siempre estaría conmigo cada vez que la necesitara.
No había regresado más al pueblo de mi madre, la necesidad no se dio porque los abuelos y familiares siempre nos visitaban. Pasado el tiempo y ya con veintitrés años tuvimos que volver a nuestro querido pueblo.
Mi abuela había muerto. Al llegar todo se veía triste, el río estaba seco, sólo un hilo de agua dividía en dos su canal, los árboles sin hojas y las flores marchitas sin vida. No era mi pueblo, no era lo que recordaba.
Al tercer día, ya enterrada mi abuela y reunidos las amistades y familiares en la sala donde se hacían los bailes, un grupo de primos y amigos decidimos caminar por el sendero del río, siguiendo su tránsito original, iluminados por una gran luna llena que hacía parecer el día. Estábamos en esa actividad, conversando, contando nuestras vivencias cuando a lo lejos vimos a una mujer que parecía esconderse detrás de un pequeño arbusto de los que crecen cerca de la ribera de los ríos.
Cuando tratábamos de continuar nuestro paseo, la mujer se levantaba un poco, movía su cabello y nos miraba, aunque no podíamos definir sus rasgo era evidente que no quería que continuáramos nuestra caminata, aún no se por qué pero algo muy internamente nos decía que debíamos hacer caso.
Así lo hicimos, nos salimos del área del río y caminamos de regreso hacia la sala donde estaban todos. Habíamos caminados unos metros cuando sentimos un tremendo ruido, era algo como una mezcla de trueno, terremoto o derrumbe todo junto. Nos quedamos de píe sin poder avanzar, observando como el cauce del río era objeto de una tremenda corriente de agua sucia que arrastraba piedras, troncos y cualquier cosa que encontró en su recorrido. El río estaba crecido.
Aún a mis años recuerdo ese día y no dudo en ningún momento que esa mujer era mi abuela cumpliendo su promesa de protegerme siempre.
Los primeros años de mi vida los pasé con mis abuelos maternos aunque también tenía cerca a los paternos.
Los recuerdos de esos años están llenos de aromas a frutas, fogones, fiestas, baños en los ríos y del inmenso amor de mis abuelos, principalmente de mi abuela Luisa quien cargaba conmigo para todos lados y quien me protegía y justificaba cualquier tremendura, siempre con una sonrisa picara o un apretón de manos, en señal de que estaba conmigo.
Al cumplir los ochos años y habiendo cursado el primer grado mis padres ya instalados en la ciudad me llevaron con ellos.
Durante mi crecimiento cuando tenía alguna tristeza o problema me acurrucaba en la dulce promesa de mi abuela de que siempre estaría conmigo cada vez que la necesitara.
No había regresado más al pueblo de mi madre, la necesidad no se dio porque los abuelos y familiares siempre nos visitaban. Pasado el tiempo y ya con veintitrés años tuvimos que volver a nuestro querido pueblo.
Mi abuela había muerto. Al llegar todo se veía triste, el río estaba seco, sólo un hilo de agua dividía en dos su canal, los árboles sin hojas y las flores marchitas sin vida. No era mi pueblo, no era lo que recordaba.
Al tercer día, ya enterrada mi abuela y reunidos las amistades y familiares en la sala donde se hacían los bailes, un grupo de primos y amigos decidimos caminar por el sendero del río, siguiendo su tránsito original, iluminados por una gran luna llena que hacía parecer el día. Estábamos en esa actividad, conversando, contando nuestras vivencias cuando a lo lejos vimos a una mujer que parecía esconderse detrás de un pequeño arbusto de los que crecen cerca de la ribera de los ríos.
Cuando tratábamos de continuar nuestro paseo, la mujer se levantaba un poco, movía su cabello y nos miraba, aunque no podíamos definir sus rasgo era evidente que no quería que continuáramos nuestra caminata, aún no se por qué pero algo muy internamente nos decía que debíamos hacer caso.
Así lo hicimos, nos salimos del área del río y caminamos de regreso hacia la sala donde estaban todos. Habíamos caminados unos metros cuando sentimos un tremendo ruido, era algo como una mezcla de trueno, terremoto o derrumbe todo junto. Nos quedamos de píe sin poder avanzar, observando como el cauce del río era objeto de una tremenda corriente de agua sucia que arrastraba piedras, troncos y cualquier cosa que encontró en su recorrido. El río estaba crecido.
Aún a mis años recuerdo ese día y no dudo en ningún momento que esa mujer era mi abuela cumpliendo su promesa de protegerme siempre.
COMENTARIOS A ESTA ENTRADA:
Sra. Yudenis Marcano, muy bueno su relato, manejó muy bien la técnica del nudo y del desenlace, cuando usted describe el profundo amor que le profesó a su abuela, y al final cómo en sueños (digo yo) se le apareció la figura de ese ser querido que ya había fallecido, y la forma como usted describe la promesa de protegerla contra alguna adversidad. De repente, usted que vivió la experiencia de un pueblito y luego la contrasta con su experiencia en Caracas, pueda producir algún otro relato similar.
GILBERTO PARRA ZAPATA
gparraz2@hotmail.com
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