Por: Mélido Estaba Rojas.
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Eran días de recluta y la patrulla de Santa Ana del Norte pasaba alborotando las dos calles de Altagracia, arrasando con cuanto muchacho vieran. Julián, el jefe civil -peinilla en mano y tabaco en boca- comandaba a los tres policías, sordo al escándalo de las madres suplicantes: ¡No se lo lleven!...¡No se lo lleven!. Una tarde reclutaron a Servelión el de Sósima, y lo alistaron en el cuartel Sucre de Cumaná. Ella sospechaba que su hijo las pasaría negras en “el servicio” porque sabía de su eterna flojera. Por esas cosas de Dios, el pobre “Volión” cayó justamente en la compañía del Teniente Rodríguez, otro margariteño que no tardó en darse cuenta que al soldado le encantaba “echar el carro”.
El muchacho desarrolló la habilidad de dormirse en las guardias nocturnas, apoyado en su fusil con el casco sembrado hasta la nariz. Dormitaba y estaba mosca para que no lo descubrieran; pero como no hay peor cuña que la del mismo palo, el oficial se dedicó a cazarlo.
Era una noche tibia cumanesa y en el tercer turno de centinela, se balanceaba “Volión” apoyado en el FN-30, soñando con su gente allá en “la isla”.Para su desgracia, el turno de recorrida lo hacía Rodríguez, quien esperó que el paisano iniciara su camarón. Lo divisó recostado en la pared con el casco calado, y se le acercó suavemente en las sombras de la noche hasta escuchar su plácida respiración.
Impulsado por su habilidad cultivada en el Ejército, “Volión” despertó de repente y –con mucha calma- a través de la rendija que dejaba el casco por debajo de la nariz, vio el brillo indeseado de unas botas. ¡Sí!…eran las botas inconfundibles del oficial que le tendía la celada. Lo había descubierto, y por la medida chiquita le salían dos o tres días en el calabozo. Se concentró buscando cómo salir del aprieto. Respiró profundo, y recitó con voz de orador suplicante “…y por último, Virgencita del Valle, te pido que protejas también a mi paisano el Teniente Rodríguez, que se porta muy bien con todos nosotros… amén”; y se echó la bendición con la convicción del fiel creyente, mientras asumía una posición enérgica ante el desconcierto del habilidoso Teniente.
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