(Fuente: ccs.ogr.es) edualvarez@univision.com
Un día pasaba por aquellas fincas que había estado recorriendo con interés un biólogo quien iniciaba un trabajo de investigación sobre la fauna de la zona. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió un ejemplar de águila real en perfecta convivencia con un nutrido grupo de pacíficas gallinas. No lo podía creer. Cuanto más trataba de analizar aquella sorprendente situación con mayor fuerza deploraba el triste destino al que parecía haberse conformado quien era, ni más ni menos, la reina indiscutible de todas las aves. Algo tenía que hacer para corregir una circunstancia que se le antojaba tan lamentable.
Obtenidos los permisos pertinentes, se propuso adiestrarla para ayudarle a descubrir su verdadera naturaleza. Día tras día se la llevaba a las afueras del pueblo, hasta la cima de una colina cercana en la que parecían cruzarse los vientos de los cuatro puntos cardinales. En aquel apartado lugar, señalándole el cielo, le gritaba: “Eres un águila, tienes corazón y ojos de águila, ¡vuela!”... Solía regresar al atardecer, fatigado pero sin que en ningún momento se apagara de su mirada la chispa inconfundible de la esperanza en ver aquel animal descubrir su verdadera dimensión existencial.
Así continuo luchando, hasta que una mañana luminosa, tomó el águila y, llegando a lo más alto de la acostumbrada colina, le repitió con fuerza y renovada convicción: “Mira, tú eres un águila real, tienes alas de águila, ojos de águila y corazón de águila, ¡vuela!” Y aquella animal imponente y majestuoso se desprendió de sus brazos y emprendió la acción con gestos de acrobacia, a treinta metros de altura, alzó su pico, y se esforzó por mantener sus alas en la difícil torsión requerida para lograr un vuelo pausado. Inicialmente sus movimientos parecían torpes, vacilantes, pero luchó contra sus inseguridades, disipó sus dudas y fue elevándose poco a poco. Antes de perderse libre y dominadora en el horizonte infinito del cielo, aún tuvo tiempo de ejecutar un descenso en vertical y realizar un vuelo rasante para observar a quien le había abierto los ojos, logrando sacarla de aquel ambiente que no era suyo, lo hizo como agradecimiento y una despedida. Conoció entonces por primera vez el sabor de la libertad, se reencontró entusiasmada y agradecida con su auténtico ser y ascendió, sin añoranza alguna de lo que dejaba, hacia el infinito.
El hombre es realmente un ser contradictorio, no siempre fácil de comprender. Dotado de una vocación sublime y llamado a abrazar las más nobles utopías, se entrega, no obstante, con alguna frecuencia, a modelos de vida absolutamente sin sentido y carentes de alicientes. Razón tenía ya en el siglo VI antes de Cristo el filósofo Heráclito cuando afirmaba que se había zambullido en el corazón humano y cuanto más profundizaba menos lo entendía... Águilas somos todos, cercados por poderosas tentaciones de vivir como gallinas. Esa es, quizá, la más dramática opción a que se enfrenta la libertad humana.-
Un día pasaba por aquellas fincas que había estado recorriendo con interés un biólogo quien iniciaba un trabajo de investigación sobre la fauna de la zona. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió un ejemplar de águila real en perfecta convivencia con un nutrido grupo de pacíficas gallinas. No lo podía creer. Cuanto más trataba de analizar aquella sorprendente situación con mayor fuerza deploraba el triste destino al que parecía haberse conformado quien era, ni más ni menos, la reina indiscutible de todas las aves. Algo tenía que hacer para corregir una circunstancia que se le antojaba tan lamentable.
Obtenidos los permisos pertinentes, se propuso adiestrarla para ayudarle a descubrir su verdadera naturaleza. Día tras día se la llevaba a las afueras del pueblo, hasta la cima de una colina cercana en la que parecían cruzarse los vientos de los cuatro puntos cardinales. En aquel apartado lugar, señalándole el cielo, le gritaba: “Eres un águila, tienes corazón y ojos de águila, ¡vuela!”... Solía regresar al atardecer, fatigado pero sin que en ningún momento se apagara de su mirada la chispa inconfundible de la esperanza en ver aquel animal descubrir su verdadera dimensión existencial.
Así continuo luchando, hasta que una mañana luminosa, tomó el águila y, llegando a lo más alto de la acostumbrada colina, le repitió con fuerza y renovada convicción: “Mira, tú eres un águila real, tienes alas de águila, ojos de águila y corazón de águila, ¡vuela!” Y aquella animal imponente y majestuoso se desprendió de sus brazos y emprendió la acción con gestos de acrobacia, a treinta metros de altura, alzó su pico, y se esforzó por mantener sus alas en la difícil torsión requerida para lograr un vuelo pausado. Inicialmente sus movimientos parecían torpes, vacilantes, pero luchó contra sus inseguridades, disipó sus dudas y fue elevándose poco a poco. Antes de perderse libre y dominadora en el horizonte infinito del cielo, aún tuvo tiempo de ejecutar un descenso en vertical y realizar un vuelo rasante para observar a quien le había abierto los ojos, logrando sacarla de aquel ambiente que no era suyo, lo hizo como agradecimiento y una despedida. Conoció entonces por primera vez el sabor de la libertad, se reencontró entusiasmada y agradecida con su auténtico ser y ascendió, sin añoranza alguna de lo que dejaba, hacia el infinito.
El hombre es realmente un ser contradictorio, no siempre fácil de comprender. Dotado de una vocación sublime y llamado a abrazar las más nobles utopías, se entrega, no obstante, con alguna frecuencia, a modelos de vida absolutamente sin sentido y carentes de alicientes. Razón tenía ya en el siglo VI antes de Cristo el filósofo Heráclito cuando afirmaba que se había zambullido en el corazón humano y cuanto más profundizaba menos lo entendía... Águilas somos todos, cercados por poderosas tentaciones de vivir como gallinas. Esa es, quizá, la más dramática opción a que se enfrenta la libertad humana.-
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