Por: GILBERTO PARRA ZAPATA
gparraz2@hotmail.com
A veces uno no es lo suficientemente joven
Para no comenzar a recordar
Ni lo suficientemente viejo como para vivir del pasado.
En todo caso, los buenos recuerdos
No envejecen nunca.
G.P.Z.
Pablo Linares, lamentablemente fallecido hace unos pocos
años, fue uno de esos personajes que nunca pasan desapercibidos.
Era un ciudadano autodidacta, quien toda su vida se
la dedicó al folklore de su nativa Barlovento y de sus áreas
aledañas, entre ellas el pueblo de Guatire. Desde muy joven
aprendería con esa intuición con que la gente humilde y sin
ilustración aprende un oficio, intuitivamente como decíamos,
a interpretar los elementales instrumentos con que el pueblo
se expresa musicalmente, es decir, el cuatro, la bandolina,
la charrasca y las maracas, mediante los cuales Pablo como
nativo de Barlovento, imbuido en las tradiciones afroamericanas,
los interpretaba cada 24 y 29 de junio, días de San Juan
Bautista y de los apóstoles San Pedro y San Pablo, respectivamente,
para celebrar las fechas de esos personajes de la liturgia
católica en la ya mencionada región de Barlovento, estado
Miranda, y el otrora burgo de Guatire, hoy día plenamente
integrado a la zona metropolitana de Caracas. Pablo Linares
debió ser un experto percutor de los tambores barloventeños
el mina, el curveta y el culoepuya, y de igual manera un experto
bailador del “Baile negro” de San Juan. Asimismo, en
la parranda de San Pedro con su cadencioso cantar de “San
Pedro como era calvo lo picaban los mosquitos”, para luego
rematar con el ritual “dale pisón, dale pisón...”
Pablo Linares se constituyó también en un conspicuo
miembro de esa fauna, hoy ya casi totalmente extinguida
de la tradición de “los Cañoneros”, cuya expresión viviente
“Los Antaños del Estadium” se deja escuchar de vez en
cuando por la radio y la TV. “Los Cañoneros” o “Vente Tú”,
como también se les conocía, eran músicos “freelance” que
se congregaban en ciertos sitios de Caracas, especialmente
en la plaza Bolívar, en espera de alguien que los contratara
para animar una fiesta o dar una serenata. Era una organización
informal donde simplemente el líder del grupo señalaba
quiénes iban a conformar la banda a través de la frase “vente
tú” para tocar los alegres pasodobles o merengues, con ese
ritmo pegajoso que invitaba a “meterle de ancho “ o a “bailar
rucaneao”, bien pegados de la pareja. De igual manera, cuántos
ardientes romeos se harían acompañar de esos músicos de
ocasión para ablandar el corazón de sus novias o amantes.
En esos menesteres pasó Pablo sus mejores años hasta que
un día mis ojos infantiles lo vieron montar una bodega en la
calle La Veguita del caraqueñísimo barrio El Cortijo de Sarría,
donde vi transcurrir mi infancia, mi adolescencia y mi primera
juventud. Pero esa no fue una bodega cualquiera, como
tantas que abundaban en la Caracas de entonces. Esa bodega
se convirtió en ágora del incipiente barrio. En alguna otra
oportunidad contaré cómo nació, creció y se extinguió esa
bodega, pero por ahora lo que me interesa destacar es que
Pablo no se limitó a la función que normalmente cumple un
bodeguero, sino que la evolución de esa bodega, como todo
lo que hacía Pablo, tenía ese toque especial de la extroversión,
de su vocación de servicio, pues era curandero, consejero
matrimonial y contador de chistes. También líder comunal
cuando intentó promover una junta pro-mejoras en el barrio.
Era todo un caballero quien podría darle lecciones de decencia
ciudadana a muchos doctores. Todo eso y mucho más
tuvo impreso el sello personal de un hombre humilde, de un
zambo barloventeño, de pelo “pasúo”, corpulento, de facciones
toscas, cuya humanidad encerraba un inmenso corazón
volcado hacia el bien de sus semejantes.
La bodega que Pablo fundó debía tener un nombre. Ante
la perplejidad de este, los propios vecinos del barrio decidieron
ponerle por nombre Bodega Guarare, y a partir de
entonces Pablo Linares pasó a llamarse para siempre Pablo
Guarare. Guarare es el nombre de un porro o sucu sucu,
aire musical de origen colombiano muy de moda para ese
entonces en Caracas, a finales de la década de los años 40.
Esa bodega, como decíamos, marcó historia en el barrio
El Cortijo de Sarría hasta el desgraciado día en que unos ladrones
penetraron en ese negocio aprovechando la soledad
y el silencio nocturno para saquearlo. Este hecho abominable,
primer robo que tuvo lugar en un barrio tan socialmente
sano como Sarría, marcó para siempre a Pablo, con
su espíritu tan ajeno a las iniquidades humanas. A partir de
ese robo, Pablo se desilusionó, cayó en una depresión tan
profunda que no quiso saber más nada de esa bodega ni del
barrio. Se fue de esa comunidad, la que sólo visitaba muy
esporádicamente, cada 29 de junio para animar las parrandas
de San Pedro que tan magistralmente dirigía. En esa actividad
continuó muchos años más y también ganándose la
vida como “cañonero” o “vente tú”, hasta que, ya anciano,
se refugió en su natal Guatire, donde falleció, rodeado de la
simpatía y el cariño de todos cuantos le conocieron.
FUENTE DE LA IMAGEN: http://www.portalmiranda.com/artregion.php?id=2
NOTA: El anterior fragmento fué tomado del libro "Sarría en el corazón"(Memorias de un sarrieño de
los años 40 y 50) el cual resultara ganador del Concurso Serie Crónicas Historias de Barrio Adentro y fuera publicado por la Fundación Editorial El Perro y La Rana - Red Nacional de Escritores de Venezuela (Imprenta de Anzoátegui 2009) ©Gilberto Parra Zapata (Colección Casa Fuerte)
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