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lunes, 25 de octubre de 2010

TARDE

Por:Agustín Arzola

Catia, Caracas, Venezuela

agustinarzola@gmail.com


A mi padre,
protagonista de esta historia

"Llegué al Puerto de La Guaira un día de 1955. Con mi equipaje lleno de 
ilusiones me dispuse a hacer mi entrada a Venezuela, país que me
recibió

con los brazos abiertos. Mi padrino y yo subimos a Caracas en

de alojamiento dirigiéndonos a La Pastora, lugar donde estaban
alojados

muchos de mis paisanos isleños, donde comenzamos a hacer un
periplo

entre varias residencias que me acogerían durante mi estadía en estas
tierras.


Llegamos a un edificio de medianas dimensiones, en procura de
alojamiento. Nos recibió un amable caballero quien dijo que si
hubiésemos llegado cinco minutos antes nos habría alquilado una
habitación, ya que la última había sido arrendada pocos momentos
antes. Le agradecimos su hospitalidad y nos fuimos a buscar otro
sitio que

me sirviera de albergue.
Luego de un largo recorrido, conseguimos una residencia en la que
procedí

a instalarme, comer y descansar del largo viaje de nueve días en
aquel viejo

barco italiano usado ahora para transportar personas a América.

Pero cuál sería mi sorpresa cuando al comprar el periódico del día
siguiente leí en primera plana que la residencia a la que habíamos
llegado tarde había volado por los cielos la noche anterior. En su
sótano se fabricaban fuegos pirotécnicos que por causas
desconocidas

explotaron causando la muerte de sus ocupantes.
Desde ese momento me percaté de que correría con suerte en esta
tierra

de gracia, como efectivamente sucedió."

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